El Sol y la Luna astrológicos


El Sol

El Sol es el eje central y punto de partida en la lectura de una carta natal. La astrología popular se basa en interpretaciones más o menos generalizadas de la posición que ocupa el Sol en la fecha de nacimiento. Casi todo el mundo conoce su signo solar, aunque muy pocos saben dónde está la luna en su tema astrológico y mucho menos el resto de los planetas. No es casualidad, que tradicionalmente se le haya dado tanta importancia al signo que ocupa el Sol, pues este es un poderoso arquetipo que tiene una gran importancia en el desarrollo evolutivo del ser humano.

Las tradiciones esotéricas dicen que, en lo que nosotros conocemos como el Sol físico, habitan los espíritus más evolucionados del sistema solar. Esto nos lleva a entrever que estos seres tienen un nivel evolutivo muy cercano a la Inteligencia Divina y son mucho más conscientes del Sentido de Su Creación, que la mayoría de los seres humanos de esta tierra. En algunos textos ocultistas, se hace referencia a Jesús el Nazareno como un Maestro evolucionado que encarnó al Espíritu Crístico Solar. Estas referencias nos pueden llevar a pensar que el Sol, en nuestra carta natal, representa simbólicamente todo lo relacionado con nuestra parte más elevada, espiritual y trascendente.

Los conocimientos y filosofías antiguas hacen referencia a nuestro origen divino y a nuestra esencia espiritual, sugiriendo que en un momento muy lejano de tiempos pasados, todos partimos como chispas divinas inocentes emanadas desde el seno creador del Absoluto. De esta forma, iniciamos un viaje de experiencias en un proceso de evolución y crecimiento. Vida tras vida, nuestra esencia Divina va experimentando y acumulando la sabiduría y la capacidad de amar que necesita para recordar su origen y de esta forma ir retornando poco a poco a la Fuente. El reencuentro, la vuelta al hogar, es una promesa de esplendor y gozo, pues el alma que partió como un ser inocente en busca de experiencias, termina siendo un gran Ser de Amor, Plenitud, Sabiduría y Madurez.

En cada encarnación física, el alma prepara una serie de experiencias y acontecimientos que la ayudan a crecer y desarrollarse. Nacemos con un plan minuciosamente trazado y unos objetivos muy concretos, pues en cada vida tenemos muchas cosas que resolver en diversas áreas de experiencia. Cada uno de los componentes de la Carta Natal muestran los detalles de este proceso, aunque el Sol es el eje central, tal y como ocurre a nivel macro-cósmico con el sol físico y el sistema planetario girando a su alrededor. La mónada divina, el átomo esencial que reside en el centro de nuestro corazón, busca realizarse en cada encarnación a través de la posición solar.

El gran investigador de la psique humana Carl Gustav Jung, dijo que el ser humano está inmerso en un proceso evolutivo que él denominó como: “proceso de individuación”. Dicho proceso nos lleva hacia el encuentro con el “sí mismo”, lo que para los griegos era el “daimon”, para los egipcios el “ba” y para los cristianos el “alma”. Esto significa que en lo más profundo de nosotros hay un anhelo, una búsqueda, un recuerdo muy profundo que nos genera la necesidad de sentirnos plenos y realizados. En cada existencia, esa necesidad de autorrealización se manifiesta en un área determinada de la vida con sus consiguientes desafíos, subiendo así un escalón más en la escalera evolutiva que nos acerca a la Fuente. Esto está sintetizado en la casa astrológica, el elemento y el signo en los que se encuentra el Sol.

Pongamos un ejemplo; el Sol en la casa IX en el signo de Acuario necesitará encontrar su propia verdad interna, para entender el significado superior de la vida dentro de un marco grupal-social. Desarrollará para ello, su potencial de sociabilidad e intercambio en la comunicación, aprendiendo a participar y colaborar con grupos y colectivos, en los que pueda desarrollar sus inquietudes personales y sus ideales más elevados. Con el tiempo tenderá a asociarse y vincularse con grupos de personas entre los que pueda crecer espiritualmente. Este será el camino que llenará su vida de sentido y trascendencia.

Más allá de las influencias externas, familiares, sociales o religiosas, necesitamos enfrentarnos a los retos del mundo exterior y a nuestras debilidades internas en un viaje de auto-descubrimiento, convirtiéndonos así en creadores de nuestra propia realidad vital. Esto implica recorrer un camino que nos lleva hacia la promesa de una meta muy concreta; la felicidad y la satisfacción de vivir una vida con sentido.

Hay un mito muy común en muchos cuentos de hadas de diversas procedencias; el príncipe y su viaje en busca de la princesa que ha sido raptada por un malvado brujo o un dragón. Este mito está cargado de simbolismo psicológico y viene a reflejar el proceso de autorrealización Solar. Al principio de la vida somos como el príncipe, nos sentimos protegidos y amparados por la familia, el clan y la tradición. Pero en nuestro proceso de crecimiento llega un momento que necesitamos madurar y salir al mundo exterior de los adultos, enfrentando los desafíos necesarios para conquistar nuestra independencia y nuestra madurez psicológica. Normalmente esto ocurre porque surgen problemas, traumas, enfermedades o situaciones que nos hacen sufrir, rompiéndose así para siempre la inocencia infantil. Los motivos pueden ser muy diversos y la mayoría relacionados con experiencias traumáticas, disfunciones familiares y falta de amor; malos tratos, abusos, alcoholismo, problemas sexuales, enfermedades, actitud crítica o envidia de los padres hacia los hijos, etc. A partir de ahí, surge la inquietud y la desazón que nos impulsa a dejar el hogar y emprender la búsqueda para sanar el dolor y comprenderlo, lo que nos lleva por el camino del auto-conocimiento. En los cuentos, esto está reflejado simbólicamente en el motivo que impulsa al príncipe a salir del reino y enfrentarse a los desafíos del mundo exterior; una princesa raptada por un dragón, un brujo que amenaza el reino o un rey que se enferma y para el que hay que buscar un remedio sanador.

Una vez que iniciamos la búsqueda, nos encontramos con el desafío de tener que enfrentarnos a nuestro mundo inconsciente, así como el héroe de los cuentos tiene que adentrarse en el oscuro bosque, lleno de peligros y desafíos. El proceso implica dos fases que son esenciales para poder avanzar en el camino de la autorrealización. Estas son; el encuentro con la sombra (nuestra parta más oscura) y la integración del ánimus y el ánima (la pareja interior).

La Sombra

En los mitos, el dragón o el brujo oscuro están escondidos en una profunda cueva o en un castillo tenebroso. Igualmente en el área más profunda de nuestro inconsciente está lo que Jung denominó la Sombra. Esta viene a reflejar las características más reprimidas e inmaduras de nuestra personalidad. Todo aquello que menos nos gusta de los demás y que fácilmente detectamos y rechazamos, es lo que habitualmente no estamos dispuestos a reconocer en nosotros mismos. Son características de nuestra personalidad que si son descubiertas o alguien nos las señala, las solemos negar con reacciones emocionales desproporcionadas y fuera de lugar.

Normalmente, las características de nuestra sombra son tendencias de la personalidad infantil que fueron rechazadas y criticadas por un educador o adulto autoritario, que a su vez, también las tenía reprimidas y rechazadas en sí mismo. Este es el origen de los odios y resentimientos familiares. Unos rechazan en los otros aquello de sí mismos que tanto les cuesta admitir y reconocer.

La sombra es el origen del sufrimiento y la frustración. Es el dolor que nos empuja a reconocer lo que nos impide crecer y madurar. Normalmente hay muchas resistencias, la sombra está asociado con el mal y nadie quiere ser “malo”, pues ello implica el rechazo de los demás y por tanto la soledad. Y bastante rechazo y soledad hay en el historial de la mayoría, como para mostrar abiertamente algo que nos pueda arrebatar la aceptación de los demás. Algo, que por otra parte, tanto creemos necesitar para poder sobrevivir. Lamentablemente, la mayoría andamos con la máscara puesta y la sombra nos sigue irremediablemente allá donde vayamos. Hasta que, se genera en nosotros la suficiente necesidad de cambiar, como para atrevernos a encararla. Sin darnos cuenta, nos movemos en un teatro de apariencias en el que minuciosamente tratamos de elaborar una imagen que sea aceptable para el mundo. Paradójicamente, hasta que no nos descubrimos totalmente ante nosotros y ante los demás, el acercamiento verdadero es imposible. Hasta que no nos despojamos de la máscara, no nos llegamos a conocer de verdad los unos a los otros. La sombra es nuestra parte más infantil, subdesarrollada y débil, por lo que también es la más necesitada de compasión, empatía y afecto. Detrás de ella se encuentran cualidades potenciales que necesitan ser liberadas para poder manifestarse y completar así la madurez personal.

Por ejemplo; la envidia esconde siempre un potencial o una cualidad que aún no se ha desarrollado, porque hay algún tipo de temor o ansiedad asociados a su expresión. La ira esconde una fuerza reprimida, frustrada y desviada por un canal torpe e inadecuado. El orgullo, un miedo al rechazo y una inseguridad que necesitan ser reconocidos y enfrentados para que se produzca la autoaceptación liberadora. El egoísmo enmascara el vacío, el dolor y la soledad de un niño herido sensible que necesita crecer y acercarse a los demás sin miedo. Detrás de lo más feo de cada ser humano hay algo hermoso que espera ser descubierto y expresado. Igual que en el cuento de la bella y la bestia; el ser monstruoso se convierte en un bello príncipe, cuando la bella es capaz de superar el rechazo que siente hacia su fealdad y reconoce la belleza oculta que habita en su interior.

La Sombra está representada en la carta natal por la posición y los aspectos del Saturno astrológico. Este arquetipo está vinculado a experiencias antiguas de dolor, cuya resolución implica una gran apertura de la conciencia. En otras palabras; donde está Saturno hay un historial de experiencias y situaciones en las que vida tras vida, nuestra alma está tratando de superarse y recuperar su estado original de perfección. Este es un proceso alquímico de sublimación, en el que la zona más oscura de la personalidad, es fuertemente impulsada hacia el encuentro con la luz de la conciencia. A nivel espiritual, lo que más nos duele y lo que más daño nos hace, es lo que más potencialmente favorece el reencuentro con nuestra Divinidad Interna. Esta es la misteriosa función del mítico diablo o el lucifer (dador de luz).

El Animus y el Anima

Como todo lo creado, nuestra alma es dual. Tenemos una parte masculina y otra femenina, lo que tradicionalmente conocemos como el yin y el yang. Normalmente al hombre se le estimula y se le enseña para que desarrolle su parte masculina, su ánimus, por lo que su ánima queda relegada a un nivel más oculto e inconsciente. Igualmente, a la mujer se la estimula a desarrollar su parte femenina, su ánima, por lo que su parte masculina, habitualmente, también está más escondida. Cuanto más extrema es esta identificación con una de las polaridades, más reprimida o inconsciente queda la otra parte, lo que incide en más dificultad para expresarla y la necesidad de “importarla” de otra persona. Esta es la base de la dependencia en las relaciones íntimas. Para una mujer, esto implica la dificultad para expresar su fuerza, su impulso y su capacidad de enfrentarse al mundo y a la vida con fuerza. Lo que implica la necesidad de que un hombre le proporcione todo esto. Para un hombre, esto supone la dificultad para expresar sus sensibilidad y sus emociones y la dependencia de que una mujer exprese en su vida estas cualidades por él.

La atracción y el enamoramiento se produce hacia personas que reflejan las características del propio ánimus o ánima; todas o alguna de ellas. Cuanto más fuerte es el enamoramiento, más inconsciente es el opuesto interior y más poderosa es la fascinación que se establece entre los enamorados. Esto es lo que en psicología se denomina como “proyección inconsciente”. Siempre atraemos a nuestra vida a personas que reflejan algo de nosotros que está escondido o reprimido y que necesita reconocerse e integrarse en la personalidad consciente, por lo que la pareja nos sirve de espejo para poder ver y enfrentar una parte importante de nuestra cara oculta.

El proceso no suele ser fácil, pues normalmente arrastramos con carencias y en mayor o menor nivel, con vivencias traumáticas en los años de infancia. Esto depende de las circunstancias de los padres, de su grado de conciencia o inconsciencia, de la relación que ha habido entre ellos y la relación que cada uno de ellos ha tenido con los hijos. Para un niño, el padre y la madre son los primeros representantes de su propio ánimus y su propia ánima, por lo que las experiencias tempranas con ellos incidirán poderosamente en el proceso de auto-descubrimiento e integración de los opuestos internos. Para una mujer es importante observar el comportamiento de su madre hacia el padre y las reacciones de este ante ella. Para un hombre, es vital observar el comportamiento de su padre hacia la madre y las reacciones de esta ante él. Siempre hay algún componente importante en los modelos de relación de los progenitores que repetimos inconscientemente. Esto es algo que está en la sombra, por lo que dificilmente aceptamos que podamos estar haciendo algo similar a lo que ellos viven, sobre todo si la situación nos ha hecho sufrir. Para abordar esta cuestión, merece la pena tener en cuenta lo siguiente:

Antes de nacer, las almas de toda la familia han pactado el reencuentro para que el drama pedagógico se despliegue. Los padres, en su propio proceso de aprendizaje, muestran de forma evidente y a veces exagerada, las dinámicas que los hijos necesitarán revisar en su interior. Estas dinámicas, normalmente son más sutiles en los hijos y por lo tanto, más difíciles de detectar. Los padres con el dolor de su inconsciencia, están dejando un legado de amor, pues a través de sus conflictos están enseñando algo a los hijos; un ejemplo de lo que deberán superar en sí mismos. Hay que "hilar muy fino" para verlo, pero merece la pena echar un vistazo hacia el interior y buscar dónde y cómo, de forma más sutil se están repitiendo pautas de comportamiento similares a las de ellos.

Pongamos dos ejemplos que ilustren esto: Si un niño ha tenido una madre fría e incapaz de expresar compasión y empatía, esto es un reflejo de su propia ánima, que tiene importantes dificultades para manifestar sus emociones. Por ello, paradójicamente sentirá atracción por mujeres (probablemente desenvueltas a nivel superficial en las relaciones, pero el el fondo también frías) en las que inútilmente buscará el afecto que no tuvo de pequeño. Esto tiene un sentido muy preciso para él: enfrentar la propia incapacidad de ser afectivo y la necesidad de buscar dentro lo que la otra persona no puede darle, sencillamente porque también lo tiene bloqueado. La relación puede ser una constante fuente de reproches, exigiéndose mutuamente lo que cada uno necesita desarrollar en sí mismo. Hasta que poco a poco ambos van exteriorizando y expresando sus propios recursos afectivos, llenando así su propio vacío a través del aprendizaje del dar.

Si una niña ha tenido un padre inexpresivo y ausente, es muy probable que cuando sea adulta busque un hombre que sea cercano y se comprometa con ella. Misteriosamente tenderá a sentirse atraída por hombres que tendrán dificultades para darle lo que necesita, bien porque debido a su propia naturaleza no lo pueden dar o porque las exigencias de ella siempre son desmedidas e irreales. Esto puede ser una fuente de frustraciones constantes, hasta que sea ella la que reconozca que en realidad, su propio ánimus tampoco sabe expresar las habilidades necesarias para que se produzca la cercanía. Necesita aprender a exteriorizarlas sin miedo y acercarse al otro sin expectativas de compromiso. En el proceso, comprenderá, que detrás de estas expectativas está su miedo a ser independiente y en la misma medida su necesidad de la otra persona.

Las características del ánima en un hombre están reflejadas en su Luna y su Venus natales y las características del ánimus en una mujer, en su Sol y en su Marte.

Continuando con el simbolismo mítico, el héroe siempre se encuentra con aliados que le proporcionan claves, o bien le ponen trampas para estimularle a descubrir sus talentos y fuerzas ocultas. Especialmente las trampas, son oportunidades para tomar conciencia de lo que necesita ser mejorado y pulido, para que así, el avance en el camino de la autorrealización se pueda llevar a cabo.

Los aliados están reflejados en los planetas que hacen aspectos con el Sol. Un aspecto es una relación que se da entre dos planetas, un contacto energético cuya naturaleza está definida por la distancia angular que hay entre ellos. Cuando el aspecto es fluido, ambos arquetipos se apoyan y se complementan mutuamente. Si el aspecto es tenso, lo que se mueve es una dinámica inconsciente que refleja la necesidad de armonizar una pauta o una actitud psicológica que está en vía de crecimiento y desarrollo. Los aspectos tensos tienen componentes de sombra, pues suelen estar vinculados con personas, situaciones y experiencias que inconscientemente atraemos a nuestra vida para que estos nos sirvan de espejo en el cual podamos reconocer lo que nos cuesta ver directamente en nosotros mismos. También están relacionados con dinámicas kármicas o actitudes de otras vidas que necesitamos enfrentar, resolver y cambiar.

El Sol es un principio masculino, representa a nuestro ánimus, por lo que los aspectos solares proporcionan datos de la imagen interna que hemos proyectado en el padre. Muchas veces, son un reflejo fiel de su personalidad y sus características más sobresalientes.

Los planetas que aspectan al Sol, están vinculados con cualidades que tienen un valor especialmente significativo para que el alma pueda recordar y expresar su esencia divina, por lo que suponen grandes potenciales psíquicos que estimulan el crecimiento y el desarrollo espiritual.

La Luna

A nivel astrológico, la Luna está asociada a la polaridad femenina del alma, a las emociones y al inconsciente. Refleja la pautas de conducta, el comportamiento y las reacciones que habitualmente tenemos sin ser conscientes de ellas. Está muy vinculada al pasado, a la infancia y a la madre. También refleja con mucho detalle el comportamiento y las necesidades básicas del niño interior. Es muy importante comprender como funciona este arquetipo dentro de nosotros para poder equilibrar nuestras necesidades más básicas con nuestro impulso de crecimiento y autorrealización, representado por el Sol.

Las características del signo lunar ya están presentes desde que nacemos, pues son tendencias y actitudes que han quedado naturalmente impregnadas en el alma, como resultado de las experiencias vividas por esta en la última encarnación previa a la vida actual. Por ello, es lógico que los niños expresen en sus primeros años de vida, las actitudes naturales y las características del signo lunar. Como el exterior es un reflejo del interior, nacemos en un medio y a través de una madre que son bastante similares, semejantes o complementarias a las pautas que ya están presentes en la psique antes de nacer. Y lo que no se asemeja demasiado, ya se encarga el inconsciente de proyectarlo con tanta fuerza y hasta tal punto que si no está, es estimulado por el niño con su comportamiento y actitudes tempranas. Todos podemos observar que un bebé o un niño de naturaleza tranquila y adaptable, pasa bastante inadvertido y favorece un entorno pacífico, al menos en relación con él. Pero un niño inquieto o irritable, puede alterar bastante a su madre, llegando a convertirse en un catalizador que estimule la irritabilidad y la impaciencia de esta.

Todo confluye en el primer entorno vital para que las características de la luna queden muy arraigadas en el comportamiento, por lo que en la fase adulta se expresan en cuanto nos relajamos o nos dejamos llevar por lo que en realidad somos. Por ello, las actitudes y comportamientos lunares positivas se expresan cuando nos sentimos cómodos y en un ambiente familiar. Igualmente, las características negativas representadas por los aspectos tensos que recibe este arquetipo, son indicativos de las dinámicas conflictivas que se expresan de forma automática, cuando nos sentimos provocados o nos parece que peligra nuestra seguridad y estabilidad.

La Luna refleja muy bien las características del niño interior, pues todos expresamos un lado muy infantil cuando nos dejamos llevar por las reacciones, cuando dejamos de “comportarnos” y “somos”. Y solamente cuando lo que somos se expresa en paz y armonía, la Luna está comprendida y sanada.

El hogar, tanto el de origen como el que formamos cuando somos adultos, es el escenario perfecto para que se exprese confiadamente lo que somos en realidad. Cuando nos sentimos en familia, nos dejamos llevar y bajamos al mínimo el nivel de esfuerzo que todos en mayor o menor medida realizamos cuando nos enfrentarnos al mundo exterior para ser aceptados en él. En algunas personas, se da un contraste tan extremo entre lo que son de cara al mundo exterior y lo que expresan en la intimidad del hogar, que parecen reproducir el mito del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pueden ser personas aparentemente adaptables y sumisas de cara al exterior, y en el hogar, con la familia, ser muy irascibles, irritables, déspotas, abusadores o maltratadores. Actualmente, una gran mayoría social aún tiene poca conciencia de cuando se traspasan los límites del maltrato y el abuso con los niños.
 
La feminidad y la madre

Como expresión de lo femenino, la luna representa en la mujer las características de su mundo emocional. En el hombre, este arquetipo indica lo mismo, aunque generalmente este suele proyectarlo, atrayendo a su vida mujeres que reflejen su parte femenina. Si la mujer no responde totalmente a esta proyección inconsciente del hombre, él termina revistiéndola y viéndola con esas características. Por lo que si un hombre tiende a atraer mujeres “complicadas y difíciles” a su vida, necesitará una buena dosis de auto-observación y objetividad consigo mismo, para que se produzca una transformación en sus emociones y por extensión, en sus relaciones.

Con respecto a la madre física, esta suele reflejar en mayor o menor medida las características de la madre interior, por lo que podemos encontrar en ella una referencia muy valiosa para analizar el tipo de madre que somos y la capacidad o incapacidad que tenemos de nutrirnos y cuidarnos a nosotros mismos y a los demás. Los aspectos de la Luna nos proporcionan una guía muy valiosa para descubrir, comprender y nutrir esa parte de nosotros que pueda contener más o menos distorsiones o carencias afectivas. A muchas personas les resulta muy difícil, doloroso o imposible admitir que pueda haber alguna semejanza interior con la madre, pues el rechazo o el resentimiento hacia ella es muy fuerte cuando se han vivido experiencias difíciles y dolorosas; abandono, desatención, crítica, abusos, malos tratos, etc… Pero es necesario encarar estas semejanzas que inconscientemente tenemos, si queremos comprender y liberar las dinámicas emocionales que nos impiden sentirnos bien. Para ello, solo tenemos que llevar nuestra atención hacia aquellas características de la madre que más nos duelen o por las que más rechazo sentimos, pues siempre será una proyección de algo que está vivo en nuestra cara oculta, en nuestra sombra.
 
El entorno familiar de origen

Kármicamente, en la familia se da un encuentro de afinidades; si la luna tiene aspectos muy tensos con otros planetas es habitual tener reencuentros kármicos con una madre o familiares muy cercanos que tienen comportamientos disfuncionales y que a su vez son vehículos de vivencias dolorosas o traumáticas. Todo ello, evidentemente como parte del plan trazado por el alma, para estimular el camino de avance espiritual, aunque para que dicho plan se realice, sea necesario adentrarse en un proceso complejo y a veces doloroso de crecimiento psicológico.

En generaciones anteriores, se justificaban sistemáticamente las acciones de los padres, pues los abusos incluían una programación de justificación del maltrato. Esto incapacitaba para cuestionar sus acciones, pues ello implicaba sentirse culpable y desagradecido. En nuestra época actual -como en tantas otras áreas- hay una tendencia a irse al otro extremo, proliferando las terapias que culpan de todo a los padres, a veces llegando al extremo de realizar verdaderos actos de exorcismo (no es exagerado el término, si tenemos en cuenta que un exorcismo consiste en sacar algo negativo que ha entrado dentro de una persona, que no le pertenece y la ha poseído). Pero, como en todos los aspectos de la vida, es importante encontrar el término medio para encontrar el equilibrio que buscamos, y solo podemos optar a la sanación profunda y verdadera cuando, sin justificar ni culpar, nos esforzamos en comprender. Desde una nueva mirada desprovista de juicios, puede surgir la comprensión que nos libere a nosotros y por extensión, a ellos, pues los demás tienen la naturaleza de la mirada con la que los revestimos. Todo acto, por equivocado que pueda parecer, tiene un origen, un elemento motivador, y cuando descubrimos ese elemento, lo iluminamos. Merece la pena elevarnos por encima de nuestro egoico y resentido dolor y ocuparnos un poco más en acercarnos a los padres y sus antepasados para indagar y comprender todo lo que ha motivado los acontecimientos y actos que han protagonizado.

Nosotros, con el nivel que conciencia que tenemos, muchas veces nos sentimos invadidos por compulsiones que nos llevan a hacer y decir cosas de las que luego nos arrepentimos, imaginemos el poder de estas compulsiones en otras generaciones anteriores, con bastantes menos medios y conciencia de lo que vivían. Detrás de muchos actos “malvados”, en realidad había mucho dolor, ignorancia e incapacidad.

Dentro de la lógica trascendente, raramente algo es lo que parece a primera vista, y lo que para el sistema de valores de la personalidad es un daño profundo, muchas veces es el abono perfecto para que se dé el estímulo necesario hacia el crecimiento interior. Por lo tanto, es mucho más productivo y sabio observar lo vivido desde esta perspectiva simbólica, antes que estancarse en el resentimiento y en las culpas por las vivencias tempranas experimentadas con o a través de los padres. Ellos son en realidad, el espejo perfecto en el que nos podemos ver reflejados desde que nacemos, pues desde su “elevada” inconsciencia o su profunda ignorancia, nos indican lo que debemos transformar y lo que necesitamos desarrollar en nuestro proceso de maduración.
 
La continuación del proceso

Cuando asumimos el papel de padres o educadores, tenemos una gran oportunidad para auto-descubrirnos, pues este es un escenario idóneo para que se revelen los nudos emocionales que aún quedan por sanar. Para ello son necesarias, por un lado, una buena dosis de humildad que nos permita reconocer cuándo estamos equivocados, y por otro, el valor para desmitificar muchos condicionamientos tradicionales sobre la educación y el comportamiento tolerable en los niños.

Es muy importante observar las reacciones que tenemos en la intimidad, con la familia y si somos padres, con los hijos. Pues ahí es donde podemos descubrir las actitudes que es necesario enfrentar, comprender y trabajar, para curar nuestro lado emocional. Y para ello, hacer un profundo análisis de la luna nos puede ayudar mucho. Aparte de mejorar nuestro comportamiento en las relaciones más cercanas, comprender las actitudes inconscientes reflejadas por este arquetipo, supone descubrir y sanar todo aquello que dificulta nuestro bienestar emocional. Y esto es imprescindible, si queremos estar en paz con nosotros mismos y con el mundo, pues este está conformado o distorsionado por nuestro mundo más personal e íntimo. Cuando descubrimos, enfrentamos y comprendemos nuestro lado oculto e inconsciente, no solamente nos liberamos y sanamos a nosotros mismos, también lo hacemos con los antepasados. Esta claridad y liberación llega a través de canales invisibles hasta nuestros allegados, padres, hijos, pareja…, pues formamos parte de un sistema familiar profundamente interconectado a niveles muy sutiles. El exterior como reflejo del interior, se expresa en sus dos vertientes o polaridades; es negativo en la medida que mantenemos y alimentamos nuestras actitudes negativas, pero si crecemos y cambiamos, igualmente ayudamos y favorecemos el crecimiento y el cambio de los demás. Si además, tenemos en cuenta que el grupo, la sociedad, el mundo, es una gran familia universal, con nuestro cambio y nuestra sanación, también estaremos favoreciendo y estimulando el cambio y la sanación del colectivo.
 
Armonizarse en la cercanía

El signo en el que se encuentra la luna y el elemento al que pertenece, proporcionan una información muy valiosa para favorecer la armonía en todo tipo de relaciones, en las que el intercambio afectivo está muy presente; sobre todo en las relaciones de padres e hijos y entre las parejas. La Luna indica qué necesitamos para sentirnos seguros, confiados y emocionalmente nutridos, por lo que es de gran utilidad comprender y tener en cuenta las necesidades de cada uno. La luna en un signo de aire -Géminis, Libra y Acuario- necesita espacio, comunicación y un medio adecuado en el que se pueda expresar abiertamente. En un signo de tierra -Tauro, Virgo y Capricornio- requiere de mucho contacto físico y libertad para expresar su naturaleza sensual. En un signo de agua -Cáncer, Escorpio y Piscis- requiere de mucha intimidad y empatía tanto en el dolor como en la alegría. En un signo de fuego -Aries, Leo y Sagitario- necesita aventura, juego y expresión creativa.

Imaginemos a un niño con una Luna en un signo de agua -Cáncer por ejemplo- que busca intimidad y cercanía afectiva con una madre que la tiene en un signo de aire. Es muy probable que la madre crea que la mejor manera de acercarse a su hijo para establecer una buena relación de confianza y complicidad, sea hablándole y preguntándole por sus cosas (si además, tiene la Luna en Géminis, probablemente estará ocupada con otras cosas mientras habla con él). Esto puede generar mucha frustración en el niño, pues puede sentir que la madre no lo comprende o lo que es peor, que no lo ama. Evidentemente no le corresponde al hijo, por orden generacional y por capacidad, adaptarse a las necesidades de la madre, sino todo lo contrario.

En términos muy generales, y teniendo en cuenta que cada signo tiene sus características particulares, los padres que tienen la Luna en signos de aire, se relacionan mejor con sus hijos cuando están lo suficientemente crecidos para mantener una conversación. Los que tienen la Luna en signos de fuego, se pueden sentir bien en su papel mientras este no le reste demasiada independencia. Los que tienen su Luna en signos de agua, al contrario, se suelen sentir más cómodos mientras los hijos son pequeños, apegados y dependientes. Los que tienen la Luna en signos de tierra, suelen tener el sentido de la responsabilidad muy marcado, pero tienden a incomodarse si los hijos les trastocan el orden, o les quitan tiempo para ocuparse de sus asuntos materiales.

Entre las parejas, aparte de la atracción erótica y la actividad sexual -reflejadas por Venus- la Luna también tiene un papel muy importante. Hay mucho tiempo que se comparte en la convivencia y muchas situaciones en las que se manifiestan las necesidades afectivas por ambas partes. Imaginemos a un hombre con la Luna en un signo de fuego, que siempre anda buscando aventuras, y le gusta sorprender a su compañera. Si esta tiene la Luna en un signo de tierra y lo que necesita es tranquilidad, orden y estabilidad, con los menos sobresaltos posibles, pueden surgir muchas tensiones. Concretando un poco más, supongamos que él tiene a la Luna en Leo y le guste jugar con ella de vez en cuando para sacar su niño interior, y a ella, con su Luna en Capricornio, eso le parezca que es perder el tiempo o hacer el ridículo.

Imaginemos otra pareja, en la que ella tiene a su Luna en un signo de agua -por ejemplo, Escorpio- y espera que su compañero le muestre su amor acariciándola y dándole muestras de profundo afecto todo el tiempo, mientras que él, con su Luna en un signo de aire -Acuario -, lo que necesita mayormente es hablar de sus reflexiones y compartir sus ideas como lo haría con su mejor amigo. Esto, probablemente lo que despierte en ella, sean las dudas con respecto al amor de él, y por lo tanto agudice su necesidad de controlarlo. Lo que indudablemente resultará asfixiante para un hombre con la Luna en Acuario. Estas situaciones son bastante habituales en parejas que tienen las lunas en signos muy diferentes, o lo que es lo mismo, con necesidades muy contrastadas. Si no se hacen conscientes de lo que está pasando, estas situaciones pueden llegar a generar mucha frustración, soledad, conflictos, y con el tiempo, desembocar en separación. Algunas parejas, aun reconociendo que se aman, tienen que separarse porque “no pueden vivir juntos”.

Si queremos evitarlo, es muy importante que haya una toma de conciencia por ambas partes de lo que cada uno necesita. Merece la pena esforzarse por encontrar un término medio equilibrado, en el que cada uno trate de acercarse al mundo de las necesidades del otro, no como un sacrificio, sino como oportunidad para el enriquecimiento mutuo. Si se elige a una pareja -aunque sea de forma inconsciente- con necesidades muy diferentes a las propias, no es por casualidad o mala suerte, sino porque se busca el crecimiento y la posibilidad de experimentar otras formas de nutrición emocional.

Hay que observar con detalle la posición de la Luna y sus aspectos para comprender las necesidades de cada uno y los bloqueos afectivos si los hay, representados habitualmente en los aspectos tensos con otros planetas. Es importante llevar a cabo un trabajo de atención cuidadosa y reflexionar honestamente en nuestra dinámica inconsciente lunar, pues esta nos proporciona información muy clara de nuestra naturaleza instintiva y de las pautas inconscientes que están profundamente arraigadas y cristalizadas desde antes del nacimiento, quizás desde varias encarnaciones atrás. La Luna tiene un componente regresivo en el sentido de que si no reconocemos y trabajamos la dinámica psicológica de los aspectos tensos, estos nos pueden dificultar mucho el camino. Simbólicamente, son las actitudes del niño interior que se resiste a crecer, entorpeciendo de esta forma el avance solar.